... en polvo te convertirás

Una tarde del 2009, en medio de una de mis cotidianas caminatas por las rutas toltecas de Coyoacán, asociadas a mi intenso proceso de separación de pareja, sentí pasar a visitar a su casa a mi amiga Ana Luisa Solís. Guardiana de una parte importante de la herencia espiritual del Tibet, desde mucho tempo atrás. Maestra y compañera de caminatas por entre las rutas sagradas de México vinculadas a Regina, con quien tuviera mi primer encuentro inconsciente a principios de los 80s, en el Espacio Escultórico de la U.N.A.M.. Un llamado del "Tloque Nahuaque".
Décadas después ella pasaría a ser una de mis maestras de danza sagrada en el calmecac de Chapultepec, así como compañera de estudios de "Un curso de milagros", y amiga.
Alrededor del 2005, ella igualmente velaría mi proceso iniciático de encierro dentro de una pequeña cueva de recapitulación en total obscuridad, guiado en espíritu por el vidente Maya-Tolteca Carlos Castillejos, durante los 3 días y 3 noches que duraría el mismo. 
Ana Luisa Solís presentando un libro de Antonio Velasco Piña
Ana Luisa vivía en un departamento relativamente cercano al mío, con una estancia de piso de madera barnizada de "parquet" (parqué) con un área de unos 5x8 metros cuadrados, estimo.
En aquella visita de más o menos un par de horas, desde mi llegada estuve conversando con mi amiga sentado en una de las sillas del comedor ubicado a la entrada. Solo minutos antes de despedirme caminé por entre el espacio del fondo, cerca de su altar. Un muy breve momento en que ella fue a su recámara por algo que me quería mostrar, antes de que me retirara.
Solo hasta algunas semanas después de aquella visita ella finalmente pudo hacerme mención de que, desde hacía muchos días, tenía el pendiente de comentarme sobre el siguiente extraordinario suceso de (des) materialización.
Cuando te fuiste -me dijo-, me di cuenta de que en el piso había algo de tierra que antes de tu llegada no estaba, y pensé (lo más simple y natural):
- ¡Seguro mi amigo traía un poco de tierra en sus zapatos!
Tomé una escobilla y un recogedor, y empecé a echarla a una bolsa. A medida que lo iba haciendo me daba cuenta que había más y más tierra en toda la estancia. Incluso después me di cuenta que también había tierra en la silla donde habías estado sentado.
¡Cuando al fin terminé de recogerla toda, había llenado la bolsa! - concluyó Ana Luisa –.
Aquel comentario de mi amiga resonaba perfectamente con las intensas sensaciones que desde hacía meses venía experimentando en mis cuerpos energéticos (sutiles) en profunda transformación, ya en el límite de su capacidad para sostener mi cuerpo físico, mi vehículo en esta dimensión.
Sensaciones a las que hiciera referencia el "espíritu" de Jorge Berroa cuando me había hecho llamar poco tiempo antes, a través de una médium, para entregarme profundas revelaciones que nos vinculaban desde milenios atrás.

Lección 199. Un curso de milagros